Es triste admitir que la política actual, más que nunca, se ve limitada a nivel geográfico. Es un hecho que las iniciativas que lleva a cabo el gobierno no llegan a todos los rincones del municipio. Carece de sentido alguno que las personas que viven en ellos no cuenten con recursos adaptados a las necesidades de un vecino más, algo con lo que les es cada vez más complicado sentirse identificado.
La escasez de servicios fundamentales y completamente potenciados en las zonas urbanas, como el saneamiento básico, la movilidad y la digitalización suponen un reto más a la hora de vivir en el rural. Es imposible hablar de igualdad y de visibilidad cuando una parte de la población no tiene acceso, entre otras muchas cosas, a una educación y trabajo dignos, ni cuenta con recursos tecnológicos que potencien su trabajo, ni concibe viajar si no es en coche o a pie, ni puede incorporar a su rutina actividades sociales, lúdicas y culturales.
Lo más grave es que esta situación está desfavoreciendo cada vez más la despoblación. Según El Progreso, son 1.895 las llamadas “entidades singulares”, conocidas por todos como aldeas, que no tienen ni un vecino, y casi la mitad, 894, están en la provincia de Lugo.
Es la pescadilla que se muerde la cola. La premisa es que resulta inviable ofrecer recursos a un porcentaje tan pequeño de beneficiarios. ¿Las consecuencias? La gente no se muda al rural y, más importante todavía, los vecinos no se quedan allí.
Ya no es cuestión de que el municipal haga acto de presencia, es cuestión de que esta parte de la población sea escuchada y atendida. Si se cuida al residente, también se estará conservando su residencia y viceversa. Es imprescindible hacer un esfuerzo por mantener y potenciar el medio rural, ya no sólo por su valor y riqueza, sino porque sigue siendo nuestro hogar. Sólo conseguiremos protegerlo teniendo altura de miras.