El año 1991 supuso un antes y un después en la gestión de la política lucense. Por aquel entonces, acababa de entrar en vigor un nuevo Plan General de Ordenación Urbana, un documento que daba edificabilidad a amplias zonas de la ciudad entre las que se encontraba la unidad de actuación CS5, más conocido por todos nosotros como el Garañón.


No fue hasta 2005 cuando se aprobó el convenio del proyecto y se procedió a la construcción de unas torres. Pasados cuatro años y tras entrar en vigor una reforma de la Ley del Suelo que reducía la edificabilidad de la parcela, el juzgado de Lugo anuló el proyecto de urbanización para terminar paralizándolo en 2010 por un posible delito de prevaricación urbanística, prevaricación administrativa e incumplimiento de la normativa legal y reglamentaria vigente en materia de urbanismo por omisión del deber y numerosas transgresiones. 


Han pasado veintidós años desde aquel Plan General, un proceso eterno de idas y venidas políticas cuyas mayores víctimas no son todavía otras que los lucenses que, después de pagar más de 20 millones de euros para llevar a cabo las obras, hoy deben enorgullecerse de su derribo y aguantar hasta que eso pueda suceder. 


En la actualidad, no se dejan de encontrar obstáculos en el proceso de demolición. Lo frenan, lo ponen en marcha de nuevo y lo vuelven a frenar… Si bien ahora mismo vuelve a haber carta blanca para derruir los edificios, las últimas dos décadas son la prueba de que los lucenses ya no sabemos qué esperar. Hace mucho que el Garañón se convirtió en ese tema de conversación del que sólo salen suspiros de resignación.

 

Lo que está claro es que Lugo se ha quedado con el esqueleto de una evidencia: la malversación política. Si el Garañón se planteó con el objetivo de construir una urbanización, ha acabado transformándose en un monumento a la mala gestión; un símbolo que la ciudad no ha tenido otra opción que adoptar con ironía mientras convivía desde hace ya demasiado tiempo con el cuerpo desnudo y destartalado de un edificio en el centro de la ciudad.

 

¿Dónde estuvo la capacidad de gestión política a la hora de empezar a obrar o, por lo menos, a la hora de rectificar lo mal hecho? Desde luego, la falta de altura de miras permanecerá para siempre en la historia y recuerdo del Ayuntamiento de Lugo. A partir de ahora, habrá que tenerla presente y recordar al Garañón como lo que fue y sigue siendo: un símbolo de lo que no se puede volver a repetir.


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